Este hito, parte de la tercera fase del proyecto Argentina LNG, representa una apuesta de USD 100.000 millones en 20 años para convertir al país en un actor clave del mercado internacional de Gas Natural Licuado (GNL). Por primera vez, la Argentina comienza a aprovechar su riqueza energética no como una promesa, sino como una realidad tangible con impacto directo en la economía, el empleo y la geopolítica.
Detrás de esta concreción no hay magia: hay liderazgo político, visión estratégica y decisión de integrarse al mundo con reglas claras. La participación directa del presidente Milei en la firma del acuerdo, junto a la premier Meloni, no es un gesto protocolar. Es una muestra de que el nuevo rumbo argentino, basado en el respeto a la propiedad, la seguridad jurídica y la apertura al comercio global, ya empieza a dar frutos concretos.
Vaca Muerta, una de las reservas de shale gas más grandes del planeta, había sido durante años un recurso subutilizado. Con este acuerdo, comienza a transformarse en una fuente concreta de divisas, desarrollo tecnológico y empleo calificado. Las dos unidades flotantes de licuefacción (FLNG), con capacidad para procesar 12 millones de toneladas anuales de GNL, convertirán al país en exportador neto de gas, con destino a los principales mercados del mundo.
La presencia de YPF como protagonista en esta etapa también es parte de una transformación. De símbolo de ineficiencia y politización durante décadas, hoy se encamina a ser una empresa moderna, asociada al capital privado, enfocada en la rentabilidad y al servicio del desarrollo nacional.
Este acuerdo es mucho más que un proyecto energético. Es una señal clara de que la Argentina empieza a salir del letargo, a insertarse en el mundo con una lógica productiva y a construir una economía basada en la competitividad, no en el subsidio.
Y como en todo cambio profundo, la diferencia la marca el liderazgo. El mismo que hoy abre mercados, atrae inversiones y empieza a devolverle a los argentinos un futuro que parecía perdido.