Tras una inversión de aproximadamente 740 millones de dólares, financiada con fondos públicos y un crédito de 540 millones del Banco de Desarrollo para América Latina y el Caribe (CAF), este proyecto ha logrado revertir el flujo de gas que antes se importaba desde Bolivia, permitiendo ahora transportar gas desde la vasta reserva de Vaca Muerta hacia el norte del país. Este cambio no solo representa un hito energético, sino que también tiene profundas implicaciones económicas y geopolíticas para la región.
Hasta hace poco, Argentina dependía en gran medida del gas boliviano, especialmente en los últimos 20 años, cuando las importaciones aumentaron exponencialmente. Esto se debió en gran parte a las políticas de congelamiento tarifario implementadas en el país, que desincentivaron la inversión en producción local y llevaron a una caída en la producción de gas. Sin embargo, con la finalización de la reversión del Gasoducto Norte, este panorama ha cambiado drásticamente.
Desde este mes, provincias como Córdoba, Tucumán, La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero, Salta y Jujuy, entre otras, ya no dependerán del gas importado de Bolivia, sino que podrán abastecerse con gas de producción local. Esto no solo garantizará una mayor seguridad energética, sino que también permitirá reducir los costos asociados a la importación de gas. El precio promedio del gas producido en Argentina es de 3,5 dólares por millón de BTU, muy por debajo de los 11,8 dólares que se pagaban por el gas boliviano.
La finalización del proyecto del Gasoducto Norte representa un cambio profundo en la política energética de Argentina. No solo marca el fin de la dependencia del gas boliviano, sino que también abre la puerta a nuevas oportunidades de exportación y a una mayor estabilidad en los precios internos. Con Vaca Muerta en pleno auge y una infraestructura en constante expansión, el futuro energético de Argentina se vislumbra prometedor.